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Alimentos Transgénicos, Salud Humana y el Derecho a la Información

Transgenicos, Glifosato, Etiquetado y Derecho a Elegir

 

A propósito de la reciente resolución monográfica de la OMS con respecto a la toxicidad y carcinogénesis del Glifosato (pesticida ampliamente utilizado en cultivos transgénicos), dejo a continuación el resumen de un ensayo que escribí en 2012 para el diplomado de Nutrición Ortomolecular del TEC de Monterrey, Mexico. Valga como una reflexión y opinión personal personal de algunos aspectos básicos. Aquí va:

 

 

ALIMENTOS TRANSGÉNICOS:

Sus Implicancias en la Salud, el Ecosistema y el Derecho Ciudadano a Elegir

Hablar de alimentos transgénicos despierta pasiones y posturas bastantes polarizadas, las que hacen muchas veces difícil el debate con altura de miras, pues los defensores más acérrimos de cada bando suelen tener un sesgo altamente ideologizado, que impide un diálogo fructífero. Existen muchas aristas en la discusión respecto a la “revolución biotecnológica”, como ha sido llamada la modificación genética de las especies. El uso de la biotecnología, los aspectos éticos, económicos, políticos, medio ambientales, sanitarios y agropecuarios son solo algunas de las derivadas que se desprenden de la discusión sobre alimentos transgénicos.

A comienzos de la década de los 80 se materializaron los avances en la generación de organismos transgénicos, es decir, organismos vivos a los que se les alteraba su información genética. Desde entonces hasta ahora son miles las experiencias científicas que se desarrollan en laboratorios de todo el mundo. En el caso de los alimentos transgénicos, éstos comenzaron a cultivarse masivamente y a distribuirse también desde esa década, y hoy en día  ha llegado a tal punto su desarrollo que, por ejemplo,  los terrenos cultivados con maíz transgénicos solo en EEUU supera la superficie de todo el maíz que se cultiva en Europa. Las consecuencias del cultivo de los vegetales transgénicos han generado opiniones polarizadas, incluso dentro de grupos de influencia como los movimientos sociales, grupos ambientalistas, industria alimentaria, farmacéuticas, gobiernos y científicos.

 

EFECTO DE LOS ALIMENTOS TRANSGÉNICOS SOBRE LA SALUD

¿Existe evidencia de daño en la salud por parte de alimentación con organismos modificados genéticamente? Esta pregunta ha generado respuestas antagónicas a lo largo de los últimos años. Las opiniones de científicos expertos en la materia se contraponen, dejando a la opinión pública bajo un manto de incertidumbre: a quién le podemos creer, si los que enarbolan la bandera de la objetividad y rigurosidad cartesiana se atacan mutuamente, culpándose de extremistas ecológicos  o de corruptos vendidos al capital. Lo cierto es que, para poder tener la certeza de que los alimentos transgénicos no son nocivos para la salud, la ciencia debe documentar esta inocuidad mediante ejercicios experimentales a distinto nivel: desde estudios en células hasta análisis poblacionales. De lo contrario, si existiera aunque sea algún grado de evidencia de riesgo, la comunidad científica debiera alertar sobre éste, y aconsejar el no cultivo ni consumo de productos transgénicos hasta que quede demostrada su total inocuidad. Cómo no podemos confiar en opiniones sesgadas, apasionadas o fraudulentas, debemos generar nuestra propia opinión desde el análisis de los estudios experimentales de buena calidad que nos permitan establecer si los alimentos modificados genéticamente son seguros o no.

Al hacer una rápida revisión de la literatura al respecto es posible notar como existe abundante evidencia experimental y contrastada del daño que generan diversos alimentos transgénicos y sus productos asociados, como son los agroquímicos desarrollados a la par de la modificación genética de los vegetales y granos. Por ejemplo, se han publicado (y no se han desmentido) experimentos que demuestran alteraciones histológicas y macroscópicas en tejidos y órganos en animales de experimentación. Así mismo se ha establecido en diversas experiencias la alteración a nivel subcelular y celular (microfibrillas, nucléolo, núcleo celular, anatomía celular, etc.) en hepatocitos, en células inmunitarias, en células gonadales, células de la mucosa gastrointestinal, etc. También se ha podido establecer diferencias macroscópicas significativas en diversos órganos de animales sometidos a dietas que incluyen alimentos modificados genéticamente versus aquellos animales que no han sido alimentados con derivados transgénicos. Más allá de cambios anatómicos, otros tantos estudios científicos han demostrado alteraciones funcionales, particularmente a nivel reproductivo. Se ha logrado establecer que a través de una alimentación con derivados de vegetales manipulados genéticamente se altera de manera significativa la fertilidad de ciertas especies. Y también en este plano se evidenciaron alteraciones en la fisiología reproductiva, desde aumentos en los abortos, hasta diferencias en el peso y posterior desarrollo pondoestatural de las crías lactantes cuyas madres han sido sometidas a alimentación que han incluido distintos porcentajes de alimentos transgénicos. Quizás lo más preocupante tiene que ver con las alteraciones heredables a las futuras generaciones. La epigenética describe cómo se puede modificar el material genético heredable y la expresión génica de éste en la progenie de animales alimentados con transgénicos. Los estudios epigenéticos son relativamente nuevos y de difícil evaluación, pues para objetivar el impacto en posteriores generaciones de individuos se requiere mucho tiempo y recursos. Los estudios se han establecido en animales que tienen un ciclo gestacional y vital corto (como aves o ratas de experimentación), pero queda claro que en seres humanos solo se podrá establecer las alteraciones epigenéticas derivadas del consumo de alimentos transgénicos recién en un plazo no menor de 40 o 50 años.

Solo con estos antecedentes expuestos queda de manifiesto el daño que generan los alimentos transgénicos en mamíferos de distintas especies. Si se tratara de la evaluación de la seguridad de un medicamento, probablemente éste no pasaría la fase 0 o preclínica de evaluación de toxicidad en animales. Sin embargo como se trata de alimentos, y no de medicamentos, al parecer parte importante de la comunidad científica no toma en cuenta la potencial toxicidad que tienen estos organismos alterados genéticamente sobre la salud del ser humano.

Volvemos a la pregunta inicial: ¿Existen fundamentos para aseverar que los alimentos transgénicos son perjudiciales para la salud humana? La respuesta salta a la vista: Sí, existe abundante evidencia científica al respecto. Lamentablemente, y a pesar de esta evidencia, la comunidad científica no ha sido capaz de llegar a un consenso en la materia, manteniendo en un constante tira y afloja, y transmitiendo esta incertidumbre a la opinión pública. Esto llama la atención pues la literatura médica y científica relacionada es muy nutrida al respecto, de la cual se desprende al menos un potente llamada de atención sobre el potencial riesgo real que encierran los transgénicos para la salud de los seres humanos. Si parte de la comunidad científica no quiere aceptar que los alimentos transgénicos son nocivos para la salud del ser humano, al menos debe conceder – a la luz de la medicina basada en la evidencia- que existe un potencial riesgo plasmado en los estudios en animales y en cultivos de células humanas que han demostrado alteraciones significativas en la salud de éstos. Este solo hecho –el potencial riesgo real para la salud – debiese ser suficiente para que la comunidad científica internacional exija la paralización temporal de actividades de la industria transgénica, hasta no demostrar la total inocuidad de estos alimentos y sus productos derivados.  Hipócrates, padre de la medicina, ya en la antigua Grecia enuncio una serie de postulados que recobran hoy más vigencia que nunca. La principal máxima hipocrática es la de “Primero, no causar daño (primum non nocere)”. Este postulado hipocrático es el que debiera regir todas las profesiones de salud, así como también a las instituciones encargadas de restaurar, mantener y promover la salud en la población. Cada gobierno a través de su ministerio de salud, y organismos de salud supragubernamentales debieran regirse y tener como punto de partida para sus políticas públicas el no hacer daño a la población. La introducción y liberación de los alimentos modificados genéticamente al medio ambiente, que contó con el beneplácito irresponsable, arriesgado e imprudente de los gobiernos, constituye una amenaza real, no solo para al medio ambiente, sino que directamente a la salud de la especie humana y de otras especies. La sola sospecha de un daño potencial debiera haber significado una mayor exigencia y rigurosidad en los análisis de impactos al ecosistema y a la salud humana en la inmediatez, a largo plazo e incluso transgeneracionalmente. Sin embargo esto no fue así, y lamentablemente tampoco se vislumbra un futuro mejor. Las industrias tras el lucrativo negocio de la biotecnología transgénica y el lobby de éstas en el seno de las cúpulas políticas de todos los colores, siguen marcando las pautas en la mayoría de los países del globo. No sabemos a ciencia cierta cómo va a terminar esta historia. Lo que sí sabemos es que ya existen fundamentos científicos suficientes para pensar por lo menos que los alimentos transgénicos constituyen un riesgo a la salud. Los alcances de estos daños los sabremos quizás solo en 2 o 3 generaciones más, siendo nuestros nietos los que pagarán más fuertemente los costos de la soberbia humana y de la maquinación capitalista de la generación de sus abuelos. En el intertanto los gobiernos siguen haciendo oídos sordos a las demandas ciudadanas, a pesar de los escandalosos índices de abortos, infertilidad, enfermedades autoinmunes y cáncer de nuestra sociedad postmoderna.

 

CONSECUENCIAS MEDIOAMBIENTALES

Las consecuencias en el ecosistema que puedan acarrear el cultivo masivo de organismos modificados genéticamente son, a lo menos, una interrogante. La evolución se encarga de ir seleccionando los organismos más aptos para subsistencia a lo largo de miles y millones de años. Desde que la especie humana desarrollo los cultivos y la agricultura, introdujo un factor de selección acelerado sobre la evolución. Posteriormente el hombre selecciono sus propios cultivos, los traslado artificiosamente a locaciones distantes y vírgenes de ciertos organismo e incluso procuro la cruza o hidridación de especies y cepas para “mejorar” sus cultivos. Todo esto se ha llevado a cabo a lo largo de miles de años evolución, con una clara aceleración en el último siglo. Sin embargo esta intervención del hombre sobre las especies y los cultivos mantenía, a lo menos, una mínima necesidad de parte de la biología propia de la reproducción meiótica de las especies. Hasta la hibridación de especies está sujeta a las leyes biológicas y genéticas mínimas. Con la manipulación directa del genoma de los vegetales el ser humano desarrolla una tecnología que le permite crear nuevas especies y desarrollarlas a su completo arbitrio, independiente de la biología propia y de las leyes evolutivas mínimas. El problema radica en la rápida e irresponsable masificación del cultivo transgénico, sin extremar las precauciones necesarias entre los estudios de laboratorio y a pequeña escala, con la diseminación global de las especies transgénicas. Hoy nos encontramos en un escenario de incertidumbre total. Las nuevas especies generadas por el hombre se encuentran ya globalmente diseminadas, pues tienen la capacidad de infestar terrenos lejanos mediante, por ejemplo, la polinización indeseada. Pueden además reproducirse con sus parientes silvestres alterando así para siempre los genes de la especie y desplazar especies silvestres hasta su extinción, reduciendo la biodiversidad. Esto indudablemente altera, muchas veces de manera irreversible, el ecosistema local y global, a través de la contaminación de los suelos y de la fauna silvestre local. Estas y otras posibilidades, que pudieran parecer pre-apocalípticas, no solo son muy posibles, sino que peor aun, son altamente probables. La industria y el capital tras el desarrollo de las especies transgénicas no podía esperar, y los gobiernos, la política e incluso la ciencia fue doblegada por el poder económico. Al día de hoy ya pareciera tarde lamentarse, pues el daño está hecho en gran parte del mundo. En vastos sectores de la India, EEUU o Argentina, pareciera que ya no hay vuelta atrás: los cultivos transgénicos han monopolizado las tierras y los cultivos. Por otro lado, los agroquímicos desarrollados por la propia industria transgénica también tienen una repercusión en el ecosistema local. Por ejemplo, el glisofato es un agroquímico desarrollado para bloquear una enzima indispensable en la síntesis de aminoácidos aromáticos en las plantas. Organismos transgénicos han sido desarrollados con la capacidad de ser resistentes al glisofato, por lo que de esta manera el agroquímico es capaz de matar a toda la flora local, excepto a los transgénicos. La fumigación aérea, técnica muy utilizada pues el glisofato se absorbe a través de las hojas, es por lo tanto tremendamente dañina para el ecosistema local, pues se disemina a otros terrenos aledaños induciendo la muerte de las especies nativas u otros cultivos no transgénicos.  En resumidas cuentas, la agricultura desarrollada con vegetales modificados genéticamente fue “liberada” al mercado y masificada de manera imprudente, avalada por el establishment científico y político. No se ha probado la inocuidad ecológica de los cultivos transgénicos y su industria relacionada. Muy por el contrario, a casi 2 décadas de la globalización de los cultivos transgénicos, los cuestionamientos medio ambientales siguen al alza. Lo dramático de esta contaminación biotecnológica es que, tal como lo señaló la Directiva 2001/18 CE del Parlamento Europeo, al ser estos organismos vivos y con capacidades reproductivas, los cambios generados en el medio ambiente parecen ya ser irreversibles.

EL DERECHO A ELEGIR

Los cultivos transgénicos ya han contaminado nuestro medioambiente (y lo seguirán haciendo). Aun si las autoridades cayeran en razón, prohibiendo los cultivos de vegetales modificados genéticamente, gran parte del daño ya está hecho. Los granos y vegetales transgénicos de consumo se encuentran distribuidos a lo largo y ancho de todo el globo. Encontramos tomates, soja, maíz, arroz, alfalfa, remolacha, canola y otras tantas especies transgénicas masificadas por toda la tierra. Los alimentos industrializados de consumo habitual toman también como materia prima vegetales transgénicos. Aun sin quererlo, y claramente sin saberlo, en los últimos 15 años hemos estado sometidos a un potencial influjo tóxico a través de nuestra alimentación diaria. Surge entonces, desde las entrañas del derecho ciudadano, la necesidad de información clara y precisa sobre lo que nos estamos llevando a la boca. Chile, al igual que la mayoría de los países de America Latina, no cuenta con una legislación que permita a los consumidores saber el origen exacto de los alimentos que se consumen.

 

Etiquetado de Transgenicos
Figura 1: Situación Etiquetado Transgénicos (fuente: http://www.centerforfoodsafety.org/ge-map/)

Figura 1: Situación Etiquetado Transgénicos (fuente: http://www.centerforfoodsafety.org/ge-map/)

 

En esta materia la industria de los transgénicos ha logrado mantenerse en el total anonimato. Innumerables iniciativas ciudadanas y de organizaciones no gubernamentales han manifestado la necesidad de información para que al menos sea el consumidor quien elija en libertad el tipo de alimentación propia y para su familia. Sin embargo el poder económico de la industria de los transgénicos, y el canto de sirenas que implica la sobreproducción y el recaudo de impuestos por ventas, ha llevado a los gobiernos locales a mantener un cómplice silencio en la materia. Fracasada ya la lucha contra los cultivos de estas especies, los ciudadanos y algunos científicos y profesionales de la salud exigimos transparencia de información y libertad de acción para la ciudadanía. Así como se exige certificación internacional para vegetales criados orgánica o biodinámicamente, pareciera de perogrullo demandar que alimentos potencialmente tóxicos para nuestra salud (y la de nuestra descendencia a través de la epigenética) sean rotulados y etiquetados como lo que son. Resulta a todas luces impresentable, existiendo respaldo científico de calidad, que los estados hagan oídos sordos a los llamamientos de la sociedad civil y científica responsable. La genuflexión de las cúpulas políticas ante el poder económico de la industria transgénica, con sus dividendos locales y cortoplacistas, los transforma en cómplices de un potencial daño a la salud humana a gran escala, como no se ha conocido otro igual en la historia de la humanidad. La contaminación transgénica ya es una realidad, y a los individuos nos queda agruparnos en organizaciones pro-salud, pro-derechos humanos, pro-vida, y aunar para exigir al menos la transparencia en la información, a través de un  etiquetado adecuado de nuestros alimentos. En nuestra realidad actual ni siquiera podemos clamar un “sálvese quién pueda”, pues no tenemos claridad respecto a los alimentos que nos llevamos a la boca. Es nuestra obligación proteger a las futuras generaciones de este mal sueño que hoy estamos viviendo, pues lo peor de esta pesadilla sin duda está por venir.

Por: Cristóbal Carrasco Barraza

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA Y ENLACES (consultadas entre Diciembre 2012 y Febrero 2013):

 

 

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