La meditación tiene que ver con la capacidad de desarrollar nuestra atención consciente más que con alcanzar algún estado trascendental o esotérico permanente. A la hora de practicar, lo mejor es preocuparse de la técnica, volver a la respiración.
Muchas personas parecen tener la idea de que meditar consiste en alcanzar un cierto “estado” ideal, “poner la mente en blanco” o “liberarse de los pensamientos”, y encuentran mucha dificultad en lograrlo; intentan mantenerse firmes antes de que una nueva idea los distraiga y los saque de su concentración en el aquí y ahora. Pero la meditación no se trata de eso, quizás, todo lo contrario.
Pensemos la meditación como la práctica de atender al flujo de nuestra respiración: el aire entra y sale constantemente, a un ritmo que no es necesario forzar (ni apurar ni lentificar), mientras mantenemos nuestra espalda derecha y nuestras manos apoyadas en nuestras piernas (estando éstas cruzadas, en loto o bien apoyadas en el piso mientras nos sentamos derechos).
No tenemos más alternativa que ir volviendo a la sensación de nuestro cuerpo mientras sentimos el flujo del aire y, de a poco, los pensamientos se van volviendo menos persistentes e interesantes; los vamos soltando. No hay problema si nos percatamos de que estamos pensando. El hecho es que hay que volver a la respiración; eso es lo que estamos haciendo.
Cada vez hay más evidencia de que la meditación genera, fortalece y renueva nuestras conexiones neuronales, reduce el estrés, mejora la concentración, la calidad del sueño, entre otros varios beneficios. Y por el lado vivencial, nos vuelve más compasivos, nos conecta con nosotros mismos, con nuestros sentidos y con lo que sienten otras personas. Al practicar constantemente (sea de la manera que señalo acá o de otras – que hay muchas), vamos incorporando el hábito de permitir que las cosas se expresen como son, de tomar con calma las riendas de nuestra mente y llevarla a su estado de vigilia y paz. Al respirar tranquilos, recuperamos la energía que invertíamos en tanto pensar y la usamos para habitar nuestro cuerpo, relajarnos y simplemente ser lo que somos.
Por: Rodrigo Hagar Millón, Psicólogo CasaFen
Fuente: www.ciudadzen.com
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