Tecnología, avances a cada minuto, a cada segundo. Y, sin embargo, al mismo tiempo, ya no es extraño ver, escuchar y confirmar que el ser humano está volviendo a sus orígenes en muchos ámbitos de la vida diaria. La medicina no está ajena a esa paradoja, porque estamos viviendo un momento de la historia en el que -ante la promesa incumplida de un estado de salud óptimo que prometía la modernidad- se vuelve a valorar todo aquello que las madres y los padres de la medicina descubrieron, enseñaron y desarrollaron. Así, muchas y muchos profesionales de la salud están viendo nuevamente a la persona como un todo y no solamente como la parte del cuerpo que manifiesta una enfermedad.
Reintegrar y consensuar miradas entre 2 visiones que tradicionalmente caminan por carriles opuestos: eso es en esencia lo que busca hacer la medicina integrativa o, mejor dicho, la salud integrativa. Por un lado está la medicina convencional, reduccionista, orientada al conocimiento, al detalle y a la parcialidad. La medicina no convencional, por otro lado, es holista y más vinculada popularmente a las medicinas alternativas y complementarias. Entonces, la salud integrativa entiende y ve a la persona desde su multidimensionalidad, incluyendo, además de la biológica y sistémica, toda su dimensión espiritual y el entendimiento de que la persona se encuentra estrechamente relacionada con el medio ambiente.
Pero ¿por qué se perdió de vista a la persona? En la evolución histórica de la medicina podemos encontrar la respuesta. Después de Hipócrates, la curiosidad natural del ser humano y, por, sobre todo, las bases del método científico propuestas por René Descartes, nos llevó a analizar y estudiar detalladamente los distintos órganos del cuerpo, para lo cual fue más fácil y lógico separar y segmentar el cuerpo en sistemas, como el circulatorio y el digestivo. El problema es que luego de todo ese largo proceso nos olvidamos de volver a juntar todas las piezas para rearmar el puzle “ser humano”. Lo que literalmente sucedió entonces fue que el árbol nos impidió volver a ver el bosque, manteniendo una visión muy cartesiana del cuerpo.
De hecho, hasta el mismísimo Leroy Hood, uno de los científicos que lograron decodificar el genoma humano, se dio cuenta de las grandes limitaciones del enfoque reduccionista, llegando incluso a plantear que más allá de investigar genes y proteínas por separado, debemos estudiar el comportamiento y las relaciones de todos los elementos en un sistema biológico particular. A ello se le ha denominado biología de sistemas, que forma, hoy en día, una de las bases del pensamiento en redes de la salud integrativa. Es decir, desde la cúspide del reduccionismo científico -como lo fue el proyecto del genoma- se llega a la conclusión de que el pensamiento sistémico y en redes es realmente lo que nos llevará a entender mejor al ser humano y su salud.
Y mientras todo avanza, en medicina continuamos funcionando mayoritariamente con una farmacología que se basa en una teoría del siglo pasado, nada menos que de 1908. Establece que es un solo medicamento el que debe atacar una única enfermedad en un lugar muy determinado del cuerpo y que es creado para tener un efecto de bloqueo o supresor, privilegiando la potencia, por lo tanto, mientras más bloquee, mejor será. Entonces, lo que se está haciendo es pensar en el síntoma o “La Parte” del organismo que lo presenta… ¡Otra vez el reduccionismo!
Se produce entonces una rigidez sistémica, perdiendo el organismo su capacidad de autorregulación, función que justamente la medicina integrativa busca propiciar. A esto hay que agregar los efectos secundarios que pueden tener, por regla general, muchos medicamentos convencionales. Pero a pesar de lo que muchos suelen creer, la medicina integrativa también usa fármacos convencionales, pero con una mayor conciencia de que la acción supresora o bloqueante estará suprimiendo ciertas funciones biológicas y, por lo tanto, podría tener costos biológicos. Por esto es por lo que cuando la medicina integrativa utiliza medicación convencional lo hace desde otra racionalidad y siempre intentando minimizar los efectos secundarios, entendiendo el beneficio desde una visión sistémica de salud y no sólo centrada en un síntoma específico.
¿Y qué hacemos entonces? ¿Nos aguantamos el dolor? No, porque es aquí donde podemos facilitar o propiciar los propios procesos de auto reparación del organismo, que van desde la alimentación, el descanso, el movimiento, el sueño, los vínculos y la relación con el entorno, hasta los ritmos y la cronobiología. O bien, podemos elegir medicamentos naturales que tienen un efecto biorregulador y que, al contener muchos principios activos, producen un efecto más amplio. Así, a diferencia de los remedios convencionales, los naturales van a modular débilmente en el lugar donde se produce una inflamación, pero al mismo tiempo actúan en múltiples zonas del organismo, permitiendo una plasticidad y adaptación de nuestras redes biológicas. Esto mantiene la capacidad de autorregulación natural del cuerpo.
Sin embargo, mucho antes de eso era la propia naturaleza la que nos proveía de los mejores medicamentos, como son algunas hierbas medicinales y su uso fitoterapéutico en aceites u otras preparaciones. Más tarde, se introdujeron medicamentos naturales que tienen distintos componentes y que son capaces de cubrir un amplio campo en todo el cuerpo, basándose en el hecho empírico de que somos redes y que los estados patológicos actuales son mucho más complejos.
De cualquier manera – sea natural o sintético – el uso de farmacos es apenas una de las muchas herramientas que se utilizan en la medicina integrativa. La salud Integrativa estimula los mecanismos de autorregulación biológica en cada persona, apoyándose en terapéuticas convencionales y complementarias, y en la medicina del estilo de vida, como parte escencial de la mantención del estado de salud y bienestar. Esta contempla, entre otras cosas, la nutrición adecuada a las condiciones de salud individuales, la actividad física/conexión y conciencia corporal, mantener un patrón respiratorio adecuado, tener una buena calidad de sueño, realizar prácticas mentales/espirituales de acuerdo a las opciones y requerimientos individuales y de tu propio sistema de creencias, el contacto con otras y otros, los vínculos, relaciones, participación en comunidad y medioambiente.
Finalmente, y quizás lo más importante, es destacar que, como toda obra humana hecha seriamente, la medicina o salud integrativa tiene sus propios principios y definición muy bien establecidos. En el año 2009, por encargo del Institut of Medicine -entidad de salud muy prestigiosa en Estados Unidos- la Dra. Victoria Maizes y su equipo sistematizan y publican los que son conocidos hoy como los principios de la medicina integrativa.
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