Desde hace un tiempo se ha abierto la controversia de manera transversal en nuestro país, y en muchas partes del mundo, sobre el hecho de incluir animales en nuestra alimentación. En todas las discusiones y conversaciones que me ha tocado presenciar y leer se esgrimen posturas basadas en estudios científicos, creencias, herencias familiares y culturales, en la evolución del ser humano y en nuestra salud. El acuerdo pocas veces termina siendo un desenlace posible.
Por desgracia las discusiones se basan principalmente en si debiéramos incluir animales en nuestra dieta, pero pocas veces en la cantidad de animales que estamos consumiendo, cómo los estamos produciendo y el impacto en nuestro planeta y, principalmente, en nuestra salud de estas decisiones. En otras palabras, en si debiéramos o no alimentarnos de animales de granjas industriales. Y a qué me refiero con granjas industriales?, a prácticamente todo lo que se encuentra en los supermercados y la mayoría de lo que podemos encontrar en carnicerías y restaurantes (de todo tipo).
La industria de la carne animal no sólo está modelando la salud de la población, si no que también está modelando el medio ambiente que nos rodea. No podemos disociar en nuestra decisión de comer animales el impacto que produce en nuestra salud alimentarnos de animales con una extremada baja variabilidad genética y cuyas condiciones de hacinamiento obliga a incluir en su alimentación antibióticos que les permita mantenerse vivos y crecer en una forma, como decirlo, poco natural.
La industria de la producción industrial de animales es la responsable del uso del 80% de todos los antibióticos que se producen; entre el 15 y el 35% de las emisiones de gases de efecto invernadero si consideramos toda la cadena productiva; es la principal causa de deforestación producto de la plantación de monocultivos de soya o maíz con que alimentan a los animales; de la creación de zonas muertas en océanos producto del uso indiscriminado de fertilizantes; de la agotamiento de sistemas hídricos y, hace algunos años, clasificadas las carnes rojas y los subproductos animales en los Grupos A2 y 1 por la O.M.S.: es decir, probablemente cancerígena y cancerígena, respectivamente.
De esta forma, qué nos motiva realmente a comer carne? Posiblemente muchas cosas, como comenté anteriormente, pero ninguna de ellas nos obliga a consumir carne de producción industrial. Cada uno puede tener una infinidad de razones para hacerlo, pero la mejor alternativa que tenemos (para nuestra salud y nuestro medio ambiente) es preferir las alternativas orgánicas y de libre pastoreo. Ésta son un poco más caras (porque incluyen todos los costos de su producción) y puede que no alimente (todavía) a la creciente población que busca consumir carne cada vez más seguido pero, realmente, necesitamos comer carne todos los días? La producción carne dejó de ser hace muchos años esa entrañable imagen de un granjero y sus animales en una verde pradera. La producción, en la actualidad, se parece mucho más a la producción de cosas.
Como pude leer en una gran publicación hace un tiempo atrás:
«La dieta dejó de ser un asunto privado. Cada comida tiene efectos muy reales en las vidas de las personas de todo el mundo, en el medioambiente, la biodiversidad y el clima que nos e toman en cuenta al comer un trozo de carne«.
Referencias:
http://www.who.int/features/
Atlas de la Carne. Fundación Heinrich Böll. 2014.